jueves, 2 de junio de 2011

Notas para españoles.

Artículo de Juan-José López Burniol, publicado en La Vanguardia el sábado 21 de mayo de 2011 (traducción del catalán):

 
El secular problema del encaje de Catalunya en España ha entrado en una nueva etapa, la exacta percepción de la cual es posible que no sea fácil para aquellos ciudadanos españoles no catalanes que limitan su conocimiento de la realidad a lo que dicen ciertos medios de comunicación. Estas notas pretenden tan solo facilitar una perspectiva diferente a quien las lea. Son estas:


1. El debate sobre la independencia de Catalunya se ha abierto y ha venido para quedarse. Contribuyen dos factores. El primero es la favorable coyuntura internacional. Escribe Jacques Barzun al final de su libro Del alba a la decadencia que, en un futuro inmediato, la nación-Estado será "desplazada por regiones mucho más pequeñas pero notablemente influenciadas por criterios de unidad económicos, en vez de ligüisticos e históricos", en las que tendrán una influencia determinante los "directivos de grandes compañías", los objetivos de los cuales serán "la acumulación de empresas -no de territorios- y el control de los mercados". El segundo hecho, relacionado con el anterior, es el progresivo desplazamiento de la reivindicación catalana desde los aspectos identitarios -lengua y derecho- a la reclamación del concierto, como concreción financiera de una relación bilateral -confederal- abierta a la plena independencia. Algo no extraño a la tradición catalana, ya que la transformación del catalanismo cultural ochocentista en el catalanismo político del siglo XX se debió a razones económicas: la pérdida de los mercados coloniales consecuencia del desastre de 1898. Hay que añadir que este nacionalismo económico es fácilmente asumible por los catalanes procedentes de la emigración española, en quienes no debe presumirse -como enfáticamente se hace tantas veces- una indeleble fidelidad mística a sus orígenes.

2. La afirmación nacional catalana responde a un sentimiento profundo de buena parte de los catalanes que ante todo se tienen por tales, sin que eso suponga -en muchos de ellos- un impedimento para asumir otras identidades superpuestas -como la española-, siempre que estas no nieguen ni minusvaloren la que para ellos es su identidad originaria. En consecuencia, el catalanismo no es algo artificioso, obra de unos políticos que lo instrumentalizan a su servicio con la ayuda de una tropa de intelectuales, artistas y periodistas mantenidos que, bien cuidados, actúan como palanganeros. Catalunya contínua existiendo hoy con voluntad de autogobierno por decisión -tan profunda como eficaz- de la mayoría de catalanes, que han sabido preservar en tiempos difíciles la continuidad de sus señas de identidad. Se podría decir, en este sentido, que el mejor momento de Catalunya es siempre el día siguiente a algunas de sus derrotas, cuando en el lugar más recóndito y en la personalidad más modesta contínua latiendo una voluntad de ser que no se agota en el lamento sino que hace cosas. Antonio Tovar dió testimonio de ello -en 1959, con motivo de la muerte de Carles Riba-, al reconocer que "el siglo XIX presencia el resurgimiento del (catalán), que el pueblo había continuado hablando", ya que, "con una admirable serie de poetas, pero también con una formidable voluntad del pueblo de la región, el catalán volvió a conseguir (...) la dignidad de lengua literaria". Esta "formidable voluntad" que reconoce Tovar es la causa determinante de que el siglo XX haya sido -según acertada expresión de Joan Triadú- "el siglo de oro de Catalunya", el siglo en que Catalunya ha ganado de forma indiscutible la batalla cultural -la batalla "del ser"-, culminando así un trabajoso proceso de refacción nacional que ha abierto un nuevo frente: el de la batalla "del estar", es decir, la que se librará en torno a la decisión de donde quieren "estar" -y como- los catalanes. Una decisión que deberá ser tomada más antes que después. Una decisión que ni unos ni otros podrán eludir, porqué su planteamiento ya está, de forma irreversible, en la dinámica de los hechos.

3. Hoy son numerosos los catalanes faltos de sentido de pertenencia a España. Puede decirse -en acertada exoresión de Rafael Nadal- que muchos jóvenes catalanes viven "como si ya fuesen independientes". No hay un proyecto compartido y se está diluyendo aquella vinculación sentimental sin la cual resulta inviable la solidaridad. Tiene razón Antoni Puigverd cuando señala que los cohetes servían antes para celebrar las victorias deportivas propias, mientras que ahora se utilizan también para festejar las derrotas ajenas. España y Catalunya son, por tanto, como una de aquellas parejas que, la tarde de un viernes cualquiera, se preguntan con aburrimiento que harán juntos el fin d esemana. Por eso tendrán que sentarse un día, como hacen esas parejas, para rendir cuentas y decidir el futuro.
Tal vez, algún lector piense que desvarío o exagero. Puede que sea así. Pero quiero cargarme de razón porque, si algún día se consuma lo que temo, pueda decir lo que ahora ya pienso: que la responsabilidad de lo que suceda será en gran manera de aquellos españoles que se negaron a ver lo que estaba pasando en Catalunya por simple desidia, por ciega soberbia o -lo que es peor- por cálculo perverso.

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