jueves, 26 de enero de 2012

Cinco sordos y ciegos.




José Yoldi 
El País. Jueves, 26 de enero de 2012
La credibilidad, lo saben todos los periodistas, es algo que cuesta mucho ganar y que se pierde en un segundo. La justicia es como la credibilidad, que tiene los pies de frágil cristal, porque por mucho que haya miles de resoluciones racionales, razonables y justas, un solo fallo desafortunado puede destrozar su imagen para muchos años.
¿Se acuerdan de la sentencia que absolvió al ex jugador de fútbol americano y ex actor O. J. Simpson del asesinato de su ex mujer y su amante?. El veredicto fue retransmitido en directo por las televisiones de todo el mundo, como había televisado su fuga a bordo de un todoterreno hasta que fue detenido por la policía, y puso a prueba el sistema de jurado en Estados Unidos. Simpson contra el que había numerosas evidencias de su participación en el crimen, fue exculpado por un jurado favorable, aunque luego, en otro proceso aparentemente contradictorio, fue condenado a indemnizar civilmente por las muertes a los herederos de sus víctimas.
¿Recuerdan a Mikel Otegi Unanue, el militante de Jarrai que el 10 de diciembre de 1995 mató de sendos disparos de escopeta a los ertzainas Iñaki Mendiluce y José Luis González Villanueva cuando patrullaban por delante de su domicilio en la localidad guipuzcoana de Itsasondo?. Fue juzgado en San Sebastián por un jurado popular. En marzo de 1997 fue absuelto, tras dictaminar el jurado que Otegi no era dueño de sus actos cuando disparó contra los policías. Fue puesto en libertad y para cuando el Tribunal Superior de Justicia anuló el juicio, Otegi ya se había integrado en ETA y estaba en paradero desconocido.
Son sentencias desafortunadas, alejadas de la lógica y del sentido común, que han marcado a una generación y han destrozado la imagen de la justicia.
Ahora, cinco ciudadanos sordos y ciegos, puesto que no han visto ni oído las pruebas contra Francisco Camps, “el amiguito del alma”, ni la contabilidad de la trama corrupta de la Gürtel, tienen dudas de si el expresidente de la Generalitat se pagó los trajes y le han declarado absuelto. No han visto como Campos y Betoret se confesaron culpables y, probablemente, ahora se estén tirando de los pelos por no haber confiado en que podían quedar exculpados. Tampoco han oído a Ricardo Costa exigir caviar a Álvaro Pérez, el Bigotes, para la cena de Nochebuena.
Camps tenía razón, él sabe que sus conciudadanos, a pesar de la corrupción existente en la Comunidad Valenciana, le siguen votando con mayoría absoluta y no le iban a dejar en la estacada. Y así ha sido.
El sistema de jurado ha revelado imperfecciones que se deberían de corregir, aunque no creo que este Gobierno acometa esas reformas a la vista del resultado.
Es un gran día para el Partido Popular, que ve absueltos a dos de sus líderes, y para la corrupción en general, que puede apreciar cómo con un poco de perseverancia sus latrocinios pueden quedar impunes. Pero también es el día más triste para la justicia puesto que los españoles lo recordarán como aquel día en que fue pisoteada por cinco sordos y ciegos.

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